Aunque me salga la vena de señor mayor gruñón, cuando leo lo que cobra algún artista por actuar en Ciempozuelos, y veo las condiciones en que están las calles, los contenedores de basura, la falta de papeleras y los problemas de seguridad e incivismo, que tenemos todo el año, tengo que decir que me gustan las fiestas de mi pueblo.
No os voy a contar por enésima vez que el viernes de las
fiestas conocí a Paloma, y que por eso también resultan especiales para mí,
caigan a la altura que caigan en el mes de Septiembre, treinta y seis añazos
juntos, si no me equivoco.
Cuando ya llevas más de la mitad del cuentaquilómetros en
las piernas, vas recordando cosas con nostalgia y cariño. Son momentos, pero
sobre todo son personas.
De los primeros recuerdos de las fiestas que tengo, fue una
espada de plástico que me compraron mi tío Mariano y mi tía Mari, y haber
entrado dando espadazos en la tahona de pan de mi abuelo, y sacudirle al pozo
del patio que comunicaba con la casa de “Corchete”.
Recuerdo vagamente algún encierro en la plaza, subido en
unas gradas que ahora mismo no pasarían ninguna revisión de seguridad, incluso
creo recordar que cuando pusieron la plaza de toros en lo que hoy es el colegio
del patatero se cayó una parte.
No recuerdo ofrendas de flores a la Virgen del Consuelo,
pero sí que recuerdo a mi abuelo Mariano que cortaba siempre las primeras Calas
y las llevábamos a la Virgen.
Recuerdo que siempre nos compraban un “ato de ropa” para las fiestas y la procesión. Era como una tradición que se hacía en muchas casas, a lo mejor era lo único que estrenabas, porque lo normal era heredar la ropa de primos o hermanos.
Recuerdo que la pólvora era en la plaza, con unos discos que daban vueltas y que siempre al final se desplegaba un cuadro de la Virgen envuelto en chispas. Y verlo desde la ventana de la planta de arriba de la Tortuga que estaba donde hoy está el ayuntamiento.
Recuerdo las primeras salidas de críos, con mis amigos, los Coches de Choque, la Ola de Villasevil, los puestos de cocos o de churros, las
tómbolas con las chochonas y los perritos piloto o los puestos de tiro con
escopetas de perdigones.
Recuerdo el primer año de los toros de fuego a la gente en los tendidos pensando que era un espectáculo y los vestidos quemados. En comparación de lo de ahora, aquello no eran rastreros, eran barrenos de minería. Y cómo alguno quiso “matar” al “Bena”, padre de la tradición. Recuerdo a mi padre y a Damián que siempre se ponían en la Torre del Ayuntamiento y que no era raro el año que no se llevaban algún chispazo.
Recuerdo que el jueves de las fiestas cayó un rayo en mi
casa y yo no me enteré hasta que no subimos de dar una vuelta. Y, como nos
refugiamos de la lluvia en la casa de la madre de Maruja, la mujer de Marcial,
porque antes cuando había tormenta la gente abría las puertas para cobijar a la
gente que iba por la calle.
Recuerdo esa relación con la pólvora que teníamos el grupo
de amigos, la cantidad de petardos que habremos comprado, y como se nos curó de
golpe cuando a Germán le explotó uno en la mano.
Recuerdo a mi padre y a Diego, que casi siempre coincidía su
cumpleaños con las fiestas y la cuadrilla de amigos en el Bar del Tío Puntilla tomándose
unos vinos o unos cortos para celebrarlo.
Recuerdo los primeros años de moceo, siempre venían Raúl y
Pedro de Madrid a pasar las fiestas, bajábamos a buscarles a casa de sus
abuelos, a Pepito, a Teresa y a Paloma. Recuerdo el año en que nos quedamos
solos Pedro y yo porque se habían ido a la mili los demás y fue cuando conoció
a Estrella.
Recuerdo que nos daban igual los grupos que vinieran porque
siempre terminábamos en el “tachún-tachún” de la plaza como decía Enrique. Y
aquel año glorioso que vinieron unos amigos de Madrid y trajeron un Suflé que
tuvimos la feliz idea de comernos con las manos en medio de la plaza y la
carrera posterior a la fuente a lavarnos, locuras de juventud.
Las noches en Carpenter, Conde, Alfin, la Casa Bonita o La Calle, cuando ya se había terminado lo de la plaza, para luego subir a la plaza de toros y, de camino, pillarnos unos bocatas en la panadería de “los veranos”.
También recuerdo, cuando comprábamos la bebida, no penséis
que el botellón se ha inventado ahora. No la llevábamos en un cubo de basura ni
teníamos furgonetas ni coches, íbamos cargados con ella el primer día, al día
siguiente pasábamos y comprábamos los minis en los bares por no ir con las
bolsas, que a veces lo hacíamos para evitar el garrafón, que era una costumbre infame en aquella época. También terminamos comprando minis porque aprendimos que resultaba peligroso dejar a algunos al
cargo de las botellas, no porque se las bebieran, sino porque luego había que cuidarlos.
Son muchos recuerdos, que me hacen amar las fiestas de mi
pueblo, que en otros aspectos me produce un hastío terrible. Lo más importante, en lo que al final se convierten es en punto de
encuentro con los amigos o conocidos, con los que a lo mejor no vas a verte en todo un año, con gente que vuelve estos días a ver a la familia. Dicen que tenemos las mejores fiestas de
la zona sur de Madrid. Yo creo que es porque aun lo vivimos en la calle, aún
hay pocas voces discordantes que piensan que son una molestia y seguimos
viviendo todo alrededor de la plaza, en el corazón de nuestro pueblo, pero son los menos, algún mangurrino (jajajajaja, perdonadme los que os sintáis ofendidos, pero en mi pueblo se dice así), seguro.
Vamos a ser felices aunque los años nos hagan vivir todo con
añoranza.
Felices Fiestas!!!
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