- - ¡Vaya horitas que traes!
La noche fue plácida, dormí bien.
A las ocho de la mañana ya había movimiento en la casa. ¡Qué pesados! Ni que me
casara a las doce.
Ahora creo que las cosas son
distintas, en mi casa aquel día reinaba el caos. Vestidos y trajes colgados de
las lámparas, ponte los zapatos para ver si te hacen daño, dúchate…
Así que a las diez me fui a dar
una vuelta y a comprar el pan. Hacía una mañana preciosa de otoño, ni frío ni
calor. Se soportará el traje, pensé.
Volví a casa. Directo a la
cocina. Me hice un bocadillo de salchichón, que dicen que luego te pones
nervioso y no te entra la comida. Lavado de dientes y a vestirme. Mi padre no
encontraba los zapatos y no sabía dónde estaba el cinturón nuevo. Empezó a
aparecer gente, me tuve que lavar la cara de nuevo porque la crema hidratante y
el maquillaje empezaba a hacer capa en la cara y a hacer brillar la barba.
Son las doce menos cuarto alguien
chilló. Y nos fuimos para la iglesia. No os olvidéis de llamar a casa de la
novia y decir que estamos saliendo ya, para coordinarnos, añadió alguien.
Y salimos para la iglesia, como
una comitiva de bodas que se precie, saludando a todo el mundo y sonriendo.
Por otro lado, Paloma hizo lo
mismo, bajaba de su casa andando, no quiso que la bajara un coche, total el
vestido de novia había que lucirlo, que para eso era. A mitad de camino alguien
gritó: ¿Esto blanco se le ha caído a alguien? Era la “liga” de la novia que la
había perdido por el camino, así que en una escena digna de película de
Berlanga se remangó el vestido y la volvió a poner en su sitio.
La esperé tranquilo en el altar,
estaba preciosa, y aquello comenzaba…
Así empezó esta historia que
llevamos escribiendo los últimos 32 años. En algún momento os contaré algunos
momentos memorables de ese día, como cuando una de las invitadas perdió una
pierna en el coche y cosas parecidas, pero será otro día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario